Lo siento por los puristas, pero en este artículo me voy a regalar la libertad de desatarme de las obligadas referencias bibliográficas. Y esto a sabiendas de que, como amante de la montaña que soy, uno entiende que es mejor estar atado, deseando estar desatado, que desatado deseando estar atado… ya que esto último siempre supone asumir riesgos.
El trabajo de ortodoncista te regala muchas cosas, pero una de las que más valoro es el conocimiento espontáneo que surge de rutinas de repetición en la clínica diaria. Una de estas rutinas es la de responder a las clásicas preguntas de: “¿cómo voy a llevar el tratamiento, será muy molesto o doloroso…tendré que coger una semana de baja…que dirá la gente…me observará todo el mundo… me cambiará la cara…un amigo me dijo…me arrepentiré…?”
Durante mis primeros años de profesión, procuraba emular a los que más sabían y responder con argumentos tipo: “el dolor regulado por el sistema inhibitorio descendente puede variar según mecanismos moleculares idiosincrásicos…” pero en la actualidad casi prefiero resumirlo en algo como: “la mayoría de los pacientes (un 70%) suele referir que los tres o cuatro primeros días le duelen los dientes, se toman un analgésico y luego se acostumbran, con molestias variables tales como “esto me rozaba”, o “un día me molesta un diente y otro día otro”; un 15 % nunca tienen molestias y el 15% restante lo llevan mal desde el principio hasta el final.
Así que, a mi manera, siempre me interesó analizar estas respuestas escapando un poco de las evidencias científicas para acercarme a conclusiones más prácticas. Tal como decía, esas primeras preguntas suelen tener de fondo dos grandes cuestiones: una es la lógica del “voy a meterme durante un tiempo en un tratamiento que se me hace largo y en algo que desconozco, así que quiero informarme” y la otra tiene que ver con algo más humano referido a la confianza de “en manos de quien me voy a meter”.
Y el tiempo pasará, y el tratamiento se acabará y la siguiente rutina clínica que te regala la ortodoncia son las revisiones de control de por vida… que te permiten primero referenciar el paso del tiempo y segundo contrastar las expectativas previas al tratamiento frente a la experiencia vivida más allá de lo estrictamente ortodóncico. Y de nuevo extraer conclusiones.
Y en este punto de reflexión me encontré con algo singular que me gusta llamar “el triunfo de los despreocupados”.
Es un perfil que de entrada te sorprende por la seguridad que transmite como muestra de confianza y un “vamos allá” decidido para ponerse en marcha con lo que haga falta. Durante el tratamiento apenas hace referencia a molestias significativas, todo discurre sin incidencias significativas. No hay un perfil de edad, sexo, socioeconómico ni de gravedad de maloclusión. ¿Entonces, porque apenas refieren molestias o sensación de carga permanente? Para razonarlo y entenderlo empezaré por lo contrario.
Cualquier aparato de ortodoncia es como una máquina que genera un sistema de fuerzas que aplicadas sobre los dientes los inducen a moverse. La magia de este movimiento es que requiere fuerzas muy suaves entre 25-100gr (en función del tipo de movimiento) y que sean constantes en el tiempo.
Pero en este sistema de fuerzas pueden surgir interferencias derivadas del ambiente que rodea a los dientes. Por un lado, las fuerzas masticatorias y musculares y por otros ciertos hábitos. Las interferencias musculares son manejadas por el ortodoncista desde su planificación. Pero hay otras interferencias más difíciles de controlar llamadas parafunciones o hábitos que, para entendernos, son gestos o manías como mordisqueo de labios, mucosa, deglución o protrusión lingual, presión lingual sobre o entre los dientes, morderse las uñas, mordisqueo o chequeo dentario continuo a modo de evaluación de la progresión. Es decir, aplicar fuerzas (más intensas que las propias de la ortodoncia) que no nos interesan sobre los dientes, que los hará más sensibles, los moverán hacia donde no nos interesa. Ese aumento de la sensibilidad genera un hábito que se retroalimenta ya que induce a un auto-chequeo de esos puntos dolorosos con los dientes antagonistas transformando la sensibilidad en dolor y movilidad dentaria excesiva. Y este punto de incomodidad suele conducir a la duda y la duda a la pérdida de motivación y confianza.
Pues llegados a este punto, el despreocupado tiene las de ganar porque nada de esto define su experiencia. Entiende desde un principio que la ortodoncia no siempre sigue una lógica lineal, en ocasiones primero toca deconstruir para poder cimentar desde la simetría. No se trata de invocar un espíritu de estoicismo universal, asumiendo penalidades sin protestar sino de involucrarse dentro de un proceso de mejora continua que requiere cierta paciencia.
Por eso creo que el triunfo de los despreocupados radica en su confianza y en que saben elegir bien la cuerda desde el principio.